Todas las dictaduras son malas

La defensa que Vargas Llosa ha venido haciendo de la libertad, la democracia y los mercados constituye un tirón de orejas permanente tanto a esa derecha que relativiza su condena a la dictadura de Pinochet como a esa izquierda que relativiza su condena a las dictaduras de Cuba y Venezuela.

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“Todas las dictaduras son malas”, la frase del Premio Nobel Mario Vargas Llosa subrayando que no se puede relativizar el dañino impacto de los gobiernos autoritarios probablemente será recordada por muchos años en Chile. Lamentablemente, aunque lo que dijo Vargas Llosa es una verdad indesmentible, todavía quedan sectores en la izquierda y la derecha chilena que creen que hay algunas dictaduras mejores que otras. Porque los dictadores somo como padres que abusan sexualmente de sus hijos, no se puede usar como atenuante del horrendo crimen que un padre abusador pagó una educación de calidad a sus hijos a diferencia de otros que, además de abusar de sus hijos, no se preocuparon de su educación. No hay atenuante que valga ante una dictadura. Todo dictador debe ser repudiado.

En su más reciente visita a Chile, Mario Vargas Llosa ha repetido varios de los conceptos que lo han convertido, en las últimas décadas, en intelectual público favorito de la derecha y de los liberales, y en enemigo acérrimo de izquierdistas nostálgicos de las aventuras revolucionarias de los años 60 y 70. El polémico camino intelectual de Vargas Llosa refleja la compleja historia latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX. Después de haber sido seducido por la revolución cubana, el escritor rompió con Fidel Castro cuando su régimen devino en dictadura. Aunque a fines de los 80 —y en especial durante su breve y fracasada aventura política por convertirse en presidente del Perú— Vargas Llosa fue insuficientemente categórico para denunciar a dictaduras de derecha, la postura del intelectual peruano a favor de los gobiernos amigables con el mercado y respetuosos de la democracia fue haciéndose más militante. Su crítica frontal en 1990 a la dictadura perfecta del PRI en México demostró que, cuando se trataba de defender la democracia y los mercados, Vargas Llosa no aceptaba relativismos.

Ya que en la década de los 90 América Latina dio pasos sólidos hacia la consolidación de la democracia y la profundización de los mercados, la postura de Vargas Llosa no generaba polémicas. Pero una vez que los países de la región comenzaron a adoptar políticas proteccionistas y las democracias se debilitaron ante la irrupción de populismos y personalismos autoritarios, el autor se convirtió en un duro crítico de aquellos que, en el nombre de la justicia social y la reducción de la desigualdad, atentaban contra las libertades individuales y contra la competencia en los mercados. Más por su defensa de la competencia en los mercados que de las libertades individuales, Vargas Llosa se convirtió en intelectual favorito de gobiernos de derecha y del sector empresarial que miraba con preocupación el avance electoral de gobiernos izquierdistas pro Estado en la región.

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