Venezuela’s labyrinth

Immersed in an economic and political labyrinth, Venezuela faces the worst crisis of its modern history with an absent opposition and a regime determined to win re-election at all costs.

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[EnglishArticle]Venezuela began 2018 in the midst of its worst economic crisis since the country’s independence.  At the same time, President Nicolás Maduro’s efforts to prolong his presidency with snap elections and the opposition Democratic Unity Roundtable’s (MUD) lack of strategy have left the country trapped in an economic and political labyrinth, all while the vast majority of Venezuelans are barely scraping by.

Studies by academics like Juan Manuel Puente have concluded that the collapse of the Venezuelan economy is only comparable with nations that have been devastated by war or environmental/economic catastrophes such as drought or flooding.  According to data from 1980 to 2017, Venezuela is currently suffering the eighth worst multi-year contraction of GDP in history. It’s the only Latin American country on the list, but joins the illustrious company of Zimbabwe, the Democratic Republic of the Congo, and Bulgaria.

Venezuela’s macroeconomic crisis is reflected in the daily life of Venezuelans. A February 21 poll of 6,188 households commissioned by leading Venezuelan universities and led by sociologist María Gabriela Ponce shows that extreme poverty has grown from 23.6% to 61.2% in the last four years. That number increased by almost 10% between 2016 and 2017 alone.

The crisis affects every aspect of Venezuelan social life: shortage of cash, prices that double in a matter of weeks, lack of spare parts for vehicles, salaries pulverized by hyperinflation, lack of basic medicines, and collapse of the public health system.

Even with this backdrop of crisis, Nicolás Maduro is in a rush to organize this year’s elections. The contest will be tailor-made to benefit Maduro, with the opposition boycotting the vote, independent international observers nowhere to be seen, and a National Electoral Council that shamelessly follows Maduro’s wishes.

According to Marcos Hernández López, director of the public opinion firm Hercon Consultores, Maduro will carry out “a structure of perfectly rigged elections” in order to win—despite the fact that a majority of Venezuelans want change. One recent study by López reveals that 74.3% of the population thinks Maduro should step down in 2018.

On the other hand, Venezuela’s opposition continues to flounder. What looked to be a triumphant and competent alliance at the end of 2015, when it won an absolute majority in the National Assembly, has become an ineffective, disorganized mess.

The causes of the complete disarray surrounding the MUD are both exogenous and endogenous. After their initial success in winning control of the National Assembly, the Maduro regime successfully destroyed the Venezuelan legislative branch while also sowing discord and encouraging infighting within the opposition.

But the Maduro government didn’t wreak havoc on the MUD without help from within. In the last three years, the opposition movement has suffered from egocentric leadership, the loss of a unified voice, and the dismantling of an effective technocratic wing of the opposition.  At the same time, MUD politicians have shown a remarkable lack of ability to connect with the day-to-day struggles of Venezuelans, while its new generation of young politicians have fallen into the vices of their corrupt predecessors.

With elections two months away, the opposition alliance looks motionless, absent and disconnected. The leadership of the opposition continues to fail the needs of the Venezuelan people in this historic moment.

Meanwhile, the objective conditions of the situation in Venezuela seem to indicate that the country is ready for change. The country is deep in crisis, an absolute majority of Venezuelans want change (not just of the president but of the way Venezuelan politics work), and the international community is relatively unified against the Maduro regime.

We Venezuelans are immersed in the worst of both worlds. On the one hand, the political and economic situation is unstable and unsustainable, especially for the millions of Venezuelans who are struggling to make ends meet every day. On the other hand, the re-election of the Maduro government—the very people responsible for the present situation—seems inevitable.

In the face of all this crisis, the response of the MUD has been empty. They don’t have a political response. They don’t have a unified voice. They can’t communicate with the Venezuelan people. There is no strategy.

Venezuela is a labyrinth, and Venezuelans continue to be forced to live in this realm of incompetence and uncertainty.

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Venezuela inició el 2018 viviendo su peor crisis económica desde que es una nación, junto a la pretensión de Nicolás Maduro de prolongar su permanencia en el poder con unas elecciones presidenciales hechas a su medida, y una notable ausencia de una estrategia unitaria en el seno de la otrora activa y exitosa alianza opositora Mesa de la Unidad Democrática (MUD). Venezuela está inmersa en un laberinto político y económico con una dramática incidencia sobre la población.

Al comparar la actual crisis económica en Venezuela con otras crisis en otros países, estudiosos como Juan Manuel Puente concluyen que el colapso que vive la economía del país sólo es comparable con la de naciones que han sido devastadas por una guerra o descalabros macroeconómicos. Con data entre 1980 y 2017, Venezuela ocupa la octava casilla en el ranking de los países que padecieron una contracción ininterrumpida del PIB durante cuatro años consecutivos, siendo el único país latinoamericano de la lista, superando solamente a Zimbabue, Congo y Bulgaria. En el primer lugar se ubica Libia, con una reducción de la economía de 67,9%, seguida por Ucrania, Sierra Leona, Arabia Saudita, Tayikistán, Moldavia y Turkmenistán​.

La crisis a nivel macro es evidente en la vida cotidiana de la población. El pasado 21 de febrero fue presentada la Encuesta sobre Condiciones de Vida en Venezuela (Encovi) realizada por las principales universidades del país y con información a cargo de la socióloga María Gabriela Ponce, de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). La encuesta se realiza anualmente desde 2014 . Para el 2017 se contabilizaron  6.188 hogares de todo el país., dejando al descubierto que la pobreza extrema aumentó de 23,6 % a 61,2 % en cuatro años y casi 10 % tan solo entre 2016 y 2017.

La crisis envuelve todos los ámbitos de la vida social venezolana: escasez de dinero en efectivo, precios que se duplican en cuestión de semanas, falta de repuestos para vehículos, salarios pulverizados por la hiperinflación, falta de medicinas y colapso del sistema público de salud.

Aun así, teniendo este telón de fondo, Nicolás Maduro orquestó la realización de elecciones para este 2018. Son elecciones a la medida limitando al extremo la participción de la oposición, sin observación internacional independiente, con un cronograma muy estrecho y un Consejo Electoral que sin vergüenza sigue las ordenes que el propio Maduro le dicta.

En entrevista con Marcos Hernández López—director de la firma de opinión pública Hercon Consultores—sostuvo que Nicolás Maduro realizará “una estructura de elecciones justo a la medida” para poder ganar siendo minoría, y torciendo la voluntad de la mayoría.  Un estudio reciente de esta empresa revela que el 74,3% de la población considera que Maduro debe salir de la presidencia este año, lo que deja en manifiesto un rechazo muy contundente al presidente para aspirar a una reelección.

Por otro lado , en un intercambio reciente que sostuve con colegas investigadores y analistas en la Universidad Católica Andrés Bello pude dar, finalmente, con la definición que buscaba para describir a los actores políticos de oposición en esta hora de debacle nacional. Lo que fue una triunfante alianza política a fines de 2015, cuando se hizo con la mayoría de la Asamblea Nacional (Parlamento), devino en un brutal vacío.

Las causas que llevaron al marasmo que envuelve a la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) son tanto exógenas como endógenas. Efectivamente, después de la derrota electoral en las parlamentarias el chavismo no sólo dinamitó al poder legislativo, sino que avivó las diferencias internas de la oposición, generó efectivas matrices comunicacionales para el descrédito y puso en coma el poder legitimo del voto como mecanismo para el cambio dentro de una democracia.

El gobierno se encontró con aliados en su tarea de destruir la MUD: un liderazgo egocéntrico al interior de la alianza; capitulación de una vocería unitaria; desmantelamiento del equipo técnico que le dio vida la MUD, “lideres” ausentes en las luchas y dramas que vive la ciudadanía (salvo excepciones) e incluso una generación de jóvenes políticos que terminaron cooptados por las viejas prácticas.

La alianza opositora luce inmóvil, ausente, desconectada… el vacío es tal vez la mejor forma de definirla. El liderazgo democrático no ha estado a la altura de lo que demandaba (y sigue demandando) el momento histórico de Venezuela.

Lo que los marxistas llamaban las condiciones objetivas, en tanto, colocan la situación más que propicia para respuestas políticas unitarias que empujen hacia el cambio: Venezuela está en su peor crisis y los venezolanos de forma absolutamente mayoritaria quieren un cambio—no sólo de presidente, sino un cambio del modelo—y la comunidad internacional está alineada en contra del régimen.

Estamos inmersos de esa forma en el peor de los dos mundos. Por un lado, una situación política y económica que luce insostenible, y que para millones de venezolanos representa problemas concretos que marcan dramáticamente su día a día; y por el otro lado, un gobierno que siendo responsabilizado interno y externamente por la crisis busca su reelección.

A todo esto, la respuesta de la oposición democrática es el vacío. No hay respuesta política, no hay vocería ni claridad comunicacional, a fin de cuenta no hay una estrategia unificada.

Es un laberinto. Venezuela, en la actualidad vive en el reino de la incertidumbre.

 

 

 

 

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